lunes, 27 de septiembre de 2010

¡Yo no voy!

Desde que comenzó la crisis económica, el Gobierno no ha dejado de buscar culpables. Nos han dicho que el problema es de los mercados, que no se les puede dejar sueltos. Que si el capitalismo con sus ricos, sus empresarios, sus banqueros y sus feroces especuladores. Repiten una y otra vez que la crisis es mundial. Efectivamente, y si todos los países han sufrido su azote, ¿por qué España dobla la tasa media de paro de toda la Unión Europea? ¿Por qué tenemos un déficit alarmante? ¿Por qué alcanzamos ya los cinco millones de parados? ¿Por qué hay un millón y medio de familias que no ingresan ni un euro? Todas estas preguntas debería habérselas hecho ya cualquier español que tenga dos dedos de frente. Y si a esos dos deditos les añadimos un poco de raciocinio, se puede llegar a la conclusión de que el mayor culpable del desastre español se llama José Luis Rodríguez Zapatero, y que, como todo canalla, tiene sus compinches: el dúo sindical Méndez-Toxo.

Ahora, cuando llevamos más de tres años destruyendo empleo a pasos agigantados gracias a la ineptitud de Zapatero y a la complicidad de unos sindicatos vendidos al Gobierno, los que se hacen llamar defensores de los trabajadores deciden hacer un poco de ruido y convocar una huelga general. No me digan que no causa repugnancia.

A toda la gente que aún confía en esta casta de sinvergüenzas y que apoyará gustosa la huelga general, me gustaría lanzarle algunas preguntas. ¿Qué han hecho los sindicatos por la clase trabajadora? ¿Cuántos comedores sociales han abierto UGT y CCOO para dar un plato de comida caliente a gente sin empleo? ¿Qué tal ven que Cándido Méndez se codee con banqueros y empresarios en el restaurante del Villa Magna? ¿Y que Toxo se haga un crucero por el Báltico gracias al dinero de los trabajadores que dice representar? ¿Cuántas oficinas han abierto CCOO y UGT para ayudar a personas desempleadas a buscar trabajo?

Un sindicato que no se mantiene de sus cuotas y acepta dinero del Gobierno ya no es un sindicato. CCOO y UGT se han convertido en un tentáculo del PSOE y se alimentan de los impuestos que los españoles estamos obligados a pagar. El próximo miércoles nos darán las gracias a todos los que mantenemos su parasitario nivel de vida impidiéndonos por todos los medios que no lleguemos a nuestro lugar de trabajo. Yo, desde luego, no me resigno a esta gentuza.


jueves, 23 de septiembre de 2010

Las víctimas de primera

Para cualquier país una guerra civil es un fracaso. Una barbarie que deja destrozada a cualquier nación. Por eso cuando acaba no queda otra alternativa que aprender de los errores pasados, cicatrizar heridas y trabajar para que las generaciones venideras disfruten de un país mejor. Ese fue el espíritu de la Transición Española… hasta que llegó Zapatero con su célebre ley de Memoria Histórica.

Ahora vivimos en una España donde unos pocos resentidos han decidido sembrar de nuevo el odio y la sed de venganza. Muchos de ellos pertenecen a familias que mearon en orinales de oro gracias al Régimen Franquista. Tal es el caso de los Bono, De la Vega, Bermejo, Chávez, Jiménez, Rubalcaba o el propio Zapatero. Y tal es el nivel del disparate que los propios socialistas andaluces han aprobado un decreto para que las mujeres que juren haber sido vejadas por el bando nacional entre los años 1936 y 1950 reciban una indemnización en concepto de reparación moral, y que el PSOE ha tasado en 1.800 euros. Hay que ser muy miserable para reabrir viejas heridas y pretender cerrarlas después con un poco de calderilla en periodo preelectoral. Parece ser que las mujeres víctimas de las chekas violadas y torturadas no merecen reparación moral porque sus verdugos pertenecieron al bando perdedor.

Todas las víctimas de la guerra, tanto de un bando como del otro, trataron de superar su dolor sin necesidad de que ningún político les diera una limosna. Pero ha tenido que llegar el PSOE para informarnos a todos de que existen víctimas de primera y víctimas de segunda. Es típico en ellos sacar a relucir las miserias del adversario con tal de tapar las propias, que, por cierto, son tres veces más grandes.