Hace diez años, los socialistas escogían a un desconocido diputado como secretario general de su partido. En aquel acto, la estrategia consistía en elegir a uno para que no saliera otro. Nadie sospechaba entonces que la política de aquel don nadie iba a cambiar tan radicalmente a España.
Hace seis años, los españoles, ante el mayor atentado terrorista de la historia de Europa, no dudaron en ponerse en contra de su Gobierno y culparle por lo sucedido. La historia se repitió. Los ciudadanos votaron a uno para que no saliera otro. Aquello fue el principio de un plan, ¿premeditado o improvisado?, que ha acelerado la descomposición de la nación española. Luego vendrían episodios tan siniestros como la negociación con la banda de asesinos y el desprecio a sus víctimas, la aprobación de un estatuto de autonomía que liquida nuestra Constitución vigente, o el resurgimiento del espíritu cainita guerracivilista que destruye la labor reconciliadora de la Transición. Por no hablar del desastre económico.
El balance no puede ser peor. Pero vivimos en un país que no es normal. El propio Zapatero reconoció en una ocasión que cualquiera puede ser presidente del Gobierno de España. Ahí no se equivocó.