No soy ninguna enamorada de las corridas de toros. Rechazaría una invitación para ver en barrera a José Tomás en las Ventas, junto a la jet set del siete. Pero también es cierto que nunca me colocaría delante de una plaza, desnuda y con mi cuerpo cubierto con pintura roja. Mi sensibilidad me impide disfrutar del espectáculo, pero, por encima de todo, defiendo la libertad. Por eso, me repele ver como se proponen constantemente normas para restringir las libertades y conseguir que los ciudadanos se conviertan en súbditos. Porque, no nos engañemos, la decisión del Parlamento catalán de abolir las corridas de toros en Cataluña es una demostración de fuerza de unos políticos despóticos que constantemente intentan abofetear a España y a los españoles.
Pero, ¿qué sería de Cataluña sin España? Absolutamente nada. Los nacionalistas existen a base de odio y si España desaparece de su discurso político el nacionalismo catalán está muerto. Ese desprecio por todo lo español les lleva, como vemos, a renegar incluso de sus propias raíces. Y es que da la casualidad que Cataluña goza de toda una historia de afición taurina. Qué le vamos a hacer.
Pero, ¿qué sería de Cataluña sin España? Absolutamente nada. Los nacionalistas existen a base de odio y si España desaparece de su discurso político el nacionalismo catalán está muerto. Ese desprecio por todo lo español les lleva, como vemos, a renegar incluso de sus propias raíces. Y es que da la casualidad que Cataluña goza de toda una historia de afición taurina. Qué le vamos a hacer.