domingo, 10 de enero de 2010

El burka

Sarkozy habló hace unos días, sin pelos en la lengua, de un problema que acecha desde hace años a muchos países europeos: el uso de esa indumentaria humillante llamada burka. La derecha francesa no padece de complejos (podría fijarse la nuestra en ella) y está decidida a prohibir su uso. Allí no se andan con chiquitas. Ya lo demostraron cuando se prohibió el uso de velo en las escuelas. La izquierda lo calificó como falta de tolerancia religiosa. Para el progerío la tolerancia consiste en legitimar cualquier cosa ajena y perseguir lo propio. Pero el burka va más allá de ser un mero signo religioso. Es una vestimenta asquerosa que degrada a la mujer, dejando de manifiesto su sometimiento ante el hombre. Para las fanáticas feministas que soportamos en España, el burka significa progreso. Ni siquiera la gran Bibiana Aído, tan empeñada en hacer víctima a cualquier mujer por el mero hecho de pertenecer al género femenino, se ha mostrado preocupada.

Esos descerebrados partidarios de la alianza de civilizaciones, que llevan en su estandarte gravadas las palabras “tolerancia” y “modernidad”, parecen desconocer que en Europa se permite construir centenares de mezquitas, en cambio, en los países islámicos es impensable levantar una iglesia cristiana. Estamos siendo benevolentes con una cultura que si algo ha dejado claro es que no tiene ningún respeto por la nuestra ni por nada que tenga que ver con el mundo occidental y que se ha propuesto hacernos desaparecer del mapa.

En cada país hay unas leyes que deben ser cumplidas por sus ciudadanos. En los países dominados por el fundamentalismo islámico es legítimo lapidar a las mujeres y taparlas con ropajes. Europa no puede consentir que un grupo de fanáticos anclados en el pasado acabe con los logros conseguidos tras siglos de lucha. Ya está bien de buenismo y tolerancia con quien no nos paga con la misma moneda.


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