jueves, 18 de febrero de 2010

Conocimiento y democracia

Decía Jean François Revel que la civilización del siglo XX se basa en el conocimiento y que solo es posible llegar a él con un sistema de gobierno: la democracia. Estoy de acuerdo con el sabio francés, pues veo una relación clara y directa entre ambos conceptos. Los dos grandes grupos de personas que se distinguen en política, los gobernantes y los gobernados, no podrían convivir nunca en una democracia sana si se prescindiera de la información, la cultura y la educación de calidad. Gracias al conocimiento, los políticos podrán actuar de acuerdo a unos datos y los ciudadanos gozarán de sentido crítico para juzgar esas acciones, de tal forma que el poderoso jamás se verá exento de responsabilidades y críticas ante las decisiones tomadas, y será sometido continuamente a examen, lo que le llevará a analizar minuciosamente su labor, evitando así cualquier tentación despótica. En un sistema democrático sería impensable, por ejemplo, que un gobernante tomara decisiones improvisadas, sin temor a las consecuencias de sus actos al verse amparado por una “sociedad civil” desinformada y con una nula capacidad crítica. Nuestros políticos nos hablan continuamente del valor de la democracia, pero cabe preguntarse, ¿les gustaría realmente gobernar un país que gozara de buena salud democrática? La respuesta, por supuesto, es no.

Resulta imposible entender nuestro mundo sin información. Hoy día, sobre todo gracias a Internet, disponemos de un enorme abanico de conocimientos de los cuales abastecernos si queremos ganarnos el título de ciudadanos. Si seguimos el razonamiento inicial y relacionamos el conocimiento y la democracia, podríamos pensar que si las barreras de la información se eliminan, las personas estarán, automáticamente, mejor informadas. Es decir, presuponemos que el ser humano sediento va a ir a beber de la fuente de conocimiento, y nuestro sistema democrático, en consecuencia, mejorará en eficiencia. Pero la realidad es muy distinta. Teniendo más información que nunca al alcance de la mano, la mayor parte de la población recibe una información manipulada, falsa, e, incluso, nula. ¿Cómo es posible que suceda esto?

Se podrían dar diversas respuestas, pero me centraré en las fundamentales. En primer lugar, los profesionales de la comunicación parecen tener como máxima preocupación falsificar y sesgar la información, convirtiéndose así en correas de transmisión del poder. En segundo lugar, los políticos. Su propia naturaleza dominadora les lleva a querer acaparar todos los ámbitos del poder, y controlar el cuarto, claro, significa votos. Y en tercer lugar, los destinatarios de la información de calidad, que tienden a eludirla y a elaborar consignas de acuerdo a unos juicios preestablecidos basados, en la gran mayoría de los casos, en la pura ignorancia, y lo que es más grave, sin ningún interés por salir de ella. De otra forma no se explica que los medios de comunicación competentes y honrados representen una pequeña parte de la profesión y su audiencia sea mínima. En cambio, los grandes grupos que ofertan productos falsos, pobres y zafios, son vistos, escuchados o leídos por la gran masa.

No hay duda de que la forma de vencer al desconocimiento es con conocimiento. Si pertenecemos a sociedades donde reina la ignorancia y la verdad es continuamente marginada, no sería justo decir que vivimos en democracia. Quizá peque de idealista, pero es que para mí, el concepto de democracia significa mucho más que encontrarme con una urna electoral cada cuatro años.


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